Sobre mí

Puede que este relato pueda herir la sensibilidad de alguna persona, pero mi intención no es otra que contar mi propia historia de superación personal.

Soy la tercera de 5 herman@s, hija de emigrantes Portugueses con dificultades económicas y sociales.
Nací en un pueblo de Vizcaya (País Vasco – España) en 1982. Mis padres también son hijos de familias humildes y tuvieron que emigrar siendo muy jóvenes para ganarse la vida.

Desde siempre recuerdo mucha violencia activa física y verbal por parte de mi padre. Lo recuerdo joven, con mucha energía y siempre con su cigarro y su vaso de vino o cerveza en la mano. Tenía un gran problema con el alcohol, pero él no era consciente de ello.

Trabajaba entre semana a dos turnos. Yo siempre prefería que trabajara por las tardes para no tenerlo cerca durante las horas que yo estaba en casa. Además si trabajaba por las tardes, por la mañana no solía beber alcohol porque luego tenía que ir a trabajar. En cambio, cuando trabajaba por la mañana por las tardes era sagrado que fuera a beber al bar con sus amigos, con lo que ello traía después. Cenas con gritos y golpes.

El no soportaba el ruido que hacíamos, nos mandaba callar y estarnos quietos constantemente.

Los fines de semana eran muy difíciles. Tengo recuerdos de ir los sábados por la mañana al monte a cortar leña para calentar la casa en invierno, y esos momentos eran incluso felices porque nos uníamos toda la familia para realizar un trabajo juntos. Pero el sábado tarde – noche toda esa felicidad desaparecía. Él volvía a beber demasiado y todos los que estuviéramos cerca de él pagamos las consecuencias.

Palizas con la zapatilla, con el cinturón… Recuerdo haber estado atada a un poste en el trastero durante horas cómo castigo a no recuerdo qué…

Al pensar en mi madre la veo siempre cocinando y limpiando. Trabajaba también fuera de casa sin tiempo ni para ella ni para nosotros. Muchas veces solía tener migrañas, y nosotros cuidamos a ella. Su propio dolor y sufrimiento hacía que también tuviera poca paciencia con nosotros.

Mi hermana la mayor hizo de madre para mi y el resto de mis hermanas. Y la complicidad que teníamos entre nosotras fue algo que hoy en día agradezco infinitamente.

Cuando apenas tenía 5-6 años sufrí abusos sexuales por parte del padre de una de mis amigas. Con esa edad yo pasaba el mayor tiempo del día en la calle sola o con otros niños.
El agresor vio la necesidad que yo tenía de atención y afecto y aprovechó las circunstancias.
La verdad es que la primera vez que me sucedió yo no sabía muy bien lo que estaba pasando pero algo en mi me decía que no era nada bueno porque no fui capaz de contárselo a nadie.
Los abusos se repitieron varias veces más, no podría decir con exactitud hasta cuándo porque mis recuerdos son difusos y borrosos. Pero si sé que él me utilizó. Abusó de una niña inocente y totalmente vulnerable.

Cuando tomé más conciencia de que aquello no estaba bien, evité cualquier momento cerca de él. Y los abusos cesaron.

Jamás me atreví a contarlo. Miedo, sentimiento de culpa por haberlo permitido, vergüenza… y un montón de emociones y sentimientos que tuve que reprimir siendo una niña porque no tenía en quien confiar.

Aunque no lo dije con palabras, mi cuerpo sí que lo gritó. Empecé a orinar por las noches en la cama, y esto en vez de ser una alerta para mis padres, fue otro castigo para mi. El trato que recibía cada vez que me meaba era todavía peor que la propia humillación que yo sentía.

Tuve varias veces que ingresar en el hospital por anginas. Mi cuerpo reclama atención, gritaba a través de distintos síntomas que yo estaba viviendo un infierno. Pero nadie lo supo ver y yo jamás lo dije.

Yo era una niña que hablaba mucho, y si alguien hubiera prestado un poco de atención, seguramente me hubiera atrevido a contarlo. Pero en mi casa lo que me decían era: Apaga la radio.
El mensaje que yo recibía era: Estate callada, no molestes a los mayores, no nos interesan tus cosas.

 

Según crecíamos, mi madre era más consciente de todo el sufrimiento que estábamos viviendo. Decidió entonces separarse y buscar ayuda. Hay que entender su situación, era una mujer emigrante con 5 hijos pequeños y ningún familiar cerca que pudiera ayudarla.
Mi padre enloqueció e intentó suicidarse tirándose del tercer piso. Estuvo ingresado muchos meses, y esto ayudó a que dejara de beber.

Mi madre nos obligaba a visitarlo en el hospital, al fin y al cabo era nuestro padre.
Después de salir del hospital vivió durante un tiempo en un hostal cerca de casa e hizo todo lo posible por recuperar a su familia. Recuerdo que en aquella época sentía pena por él.
Mi madre lo perdonó y volvió a casa. Y durante un tiempo la convivencia mejoró, pero nuevamente volvió a caer en el alcohol, ya no bebía como antes, pero su malestar lo seguía pagando con nosotras.

Crecí sintiéndome muy sola. Toda esa falta de amor, de atención, de presencia, de afecto fue lo que realmente dejó una gran herida en mi. Los adultos que me tenían que proteger y cuidar tenían sus propias heridas emocionales y esto les impedía conectar con las necesidades que yo tenía como niña.

No tuve otra opción que cuidar de mi misma y así desconfiando del mundo, me convertí en una adolescente rebelde.

A los 12 años empecé a trabajar limpiando escaleras y oficinas. Era la única manera de poder tener algo de dinero.
A los 14 años me escapé de casa durante una semana. Mi intención no era otra que la de asustar y dar un escarmiento a mi padre para que dejara de maltratarnos. Su educación machista no me ayudaba ni me aportaba nada.

Enseguida busqué pareja, y pasaba casi todos los días en su casa. A los 18 estaba prácticamente independizada.

Gracias a mis ganas de aprender y querer salir adelante, trabajaba y estudiaba a la vez. Logré terminar mis estudios de Administración y Finanzas. Y a los 23 pude matricularme en la Universidad para cursar Empresariales. Aunque no terminé la carrera conseguí un buen trabajo como Delegada Administrativa gestionando las operaciones logísticas de una Pyme.
Me encantaba el trabajo, pero por dentro sentía un gran vacío, nunca era suficiente lo que tenía.

Todo ese dolor acumulado se fue convirtiendo en mi peor enemigo. Empecé a ser una persona muy exigente conmigo y los demás. Con una gran armadura que no me permitía empatizar con nadie. Reactiva, egoísta, manipuladora…

Estaba muy alejada de mis propias emociones y rechazaba de una forma cruel todo lo que me recordara a las víctimas. Para mi no había espacio para ser vulnerable ni inocente.

En todo este tiempo mi padre consiguió superar su enfermedad con el alcohol y nuestra relación mejoró muchísimo. En el fondo yo siempre había sido su hija preferida y él mi padre favorito.

Yo me separé de la pareja con la que estaba en ese momento y me fui a hacer el Camino de Santiago. Mi madre quiso acompañarme y en ese viaje empezamos las dos a sanar nuestro pasado juntas. Conectamos como nunca antes lo habíamos hecho. Tuvimos tiempo para compartir nuestras historias y ser confidentes la una de la otra.

Al poco tiempo conocí al que es actualmente mi pareja. Son ya 12 años juntos y he ido sanando y creciendo con él.

En estos últimos 5 años nuestras vidas han cambiado muchísimo. Mi padre enfermó de cáncer y yo pude estar con él muy cerca. Conecté con su dolor, con la historia que él también cargaba desde la infancia y ambos pudimos perdonarnos.

Su fallecimiento para mi fue una de las peores experiencias de mi vida, incluso habiendo sufrido tantísimo de niña. Cuando por fin tenía el padre que siempre había necesitado, ahora lo perdía. Pasé unos meses con depresión, y busqué ayuda psicológica y aunque aprendí mucho de aquella experiencia, de alguna manera mis heridas seguían sin sanar del todo.

Por distintos motivos de la vida y siempre gracias a las ganas de crecer que mi pareja y yo tenemos, decidimos venirnos a vivir a Bali (Indonesia).

Tenía una vida de ensueño, una pareja maravillosa, amigos de distintas partes del mundo, una isla preciosa en la que vivir, trabajo… pero por dentro no era feliz.

Se fueron cruzando distintas personas en mi camino, y fui viviendo experiencias que me llevaron a tomar la decisión de romper el silencio y sanar de verdad mi pasado. Sanar mis heridas de la infancia.
Descubrí que el silencio enferma y la palabra sana.
También que yo soy mucho más valiosa mostrando mis cicatrices y mi vulnerabilidad. Me prefiero sensible, inocente y amorosa, que guerrera con una armadura oxidada.

Empecé entonces un proceso de autoconocimiento, un camino de crecimiento personal y espiritual. Apareció entonces un ángel en mi vida. Una mujer que trabaja y ayuda a sanar a mujeres que han sufrido abuso sexual en la infancia. Ella fue mi confidente, me ayudó a comprender mi propia historia, mis secuelas, mi vacío, mi dolor…

Fue muy liberador permitirme llorar, mostrarme vulnerable y contar todo lo que durante tantos años había callado y reprimido.

Esta grandísima experiencia me hizo recapacitar sobre la vida y mi propósito en este mundo. Así surgió CRECIENDO JUNTAS.
Y prometí compartir mis conocimientos y mi experiencia para ayudar a otras mujeres que como yo han también han tenido una infancia difícil y todavía no han podido sanar.

En estos últimos años me he formado para acompañar en los procesos de sanación de las heridas primarias y de nuestra niña interior. También he realizado distintos cursos relacionados con los abusos sexuales y malos tratos en la infancia. Actualmente participo y apoyo distintas iniciativas y congresos para la prevención del maltrato infantil.
Siempre que tengo la oportunidad me inscribo en cursos de desarrollo personal y crecimiento para poder ofrecer las mejores herramientas a todas las mujeres valientes que deciden comenzar este camino.

No quiero que ninguna niña vuelva a vivir lo que yo. Por eso debemos sanar nosotras. Si los adultos sanamos, dejamos de herir y maltratar a nuestro entorno. Dejamos de hacer daño a las personas que amamos.